lunes, 22 de agosto de 2016

¡…NO SEAS MALITO!

En estos días escuché a una amiga emitir una frase que he escuchado mucho… demasiado, diría yo. “Fulanito, lleva a tu primita a la orilla de la playa, no seas malito”. Una frase cariñosa y quizá de gran utilidad.
Cuando joven me di cuenta que los burros se domesticaban con un látigo. Todo error era castigado. Es más, para que aprendiera algo nuevo se le amenazaba o provocaba dolor. La técnica daba resultados; durante siglos se utilizó y los burros quedaban amaestrados.
Cuando joven vi en Europa a los cocheros de caballos regalarle terrones de azúcar a sus compañeros de labor. Al preguntar, me explicaron que se habían acostumbrado a darles recompensas por el trabajo. Además, los amaban y sabían que el azúcar era una buena fuente de energía y una deliciosa merienda.
Había visto también cómo se entrena a los delfines y comencé a pensar la razón que lleva a los conocedores del comportamiento de ese mamífero maravilloso a utilizar las recompensas y no los castigos para conseguir que hagan movimientos inusitados.
El adiestramiento al humano está plagado de castigos: Los entrenadores deportivos gritan y, si las cosas no salen bien, ponen fuertes ejercicios, los profesores reparten malas notas, los padres… Y en otro lugar, que no mencionaré por respeto, nos impregnan de castigos para que hagamos ciegamente lo que nos proponen.
¿Somos malos si no hacemos lo que otros quieren? Me parece que es una manipulación sicológica la que imponemos con la frase que motivó este escrito. Si la traduzco al consciente diría algo así como: –Si no llevas a tu primita a la playa serás malito.
Como puede ver, para mí las recompensas no son solo materiales, es más, como explico en mi libro Migomismo II –Su inteligencia interpersonal en el capítulos sobre la crianza, estoy en contra de las recompensas materiales. Decirle un agrado a alguien cuando hace algo de la forma que consideramos buena o como queremos, es una recompensa. Así como motivarlo y no presionarlo, como lo hace la frase ya aquí famosa.
¿Qué le parece cambiar la frase por?:
–Cómo eres bueno, lleva tu primita al agua.
Criar o enseñar con el sistema de domesticadores de burros no me resulta tan divertido ni eficiente como usar el de entrenar a los delfines. ¿Puede reconocer la próxima vez que ofrezca un castigo y cambiarlo por una recompensa? 

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