lunes, 6 de septiembre de 2010

¿POR QUÉ?

¿POR QUÉ?

Quizás esta es la pregunta que podríamos llamar “donde todo comienza”. En muchos casos también “donde todo termina”. Es que los niños son muy curiosos y comienzan una etapa que hemos llamado la de los “¿por qué? Todos la conocemos y muchos hemos pasado por momento de desespero con algún sobrino, hijo o criatura allegada.
De adultos podemos volver a esa etapa, pero por lo general la experiencia de la infancia puede influir en ahogar esos deseos de seguir aprendiendo o de preguntar para hacer las cosas bien. Veremos primero el origen de la pregunta en los niños y luego la influencia que nos causa el tratamiento que nos han dado. Seguiremos con las consecuencias, y como siempre en mis artículos, al final, algunas recomendaciones para mejorar, en este caso la comunicación y la eficacia.
Los infantes preguntan por varias razones, entre las principales están: Para comparar lo que imaginan o han investigado, con lo que le puedan decir; Para poner en práctica sus habilidades lingüísticas; Para aprender.
Los niños no le preguntan mucho a cualquier persona, para aprender cuestionan a personas que ellos consideran que lo saben todos, principalmente a los padres. Por otro lado le hacen preguntas a personas que quieren poner a prueba; ellos ya tienen una información previa y preguntan nuevamente. Por eso es tan peligroso hablarles mentira.
Paso a los adultos, sin dejar fuera el niño que fuimos. Por lo regular muchos adultos nos desesperamos con los pequeños y les respondemos buscando una forma que evitar la próxima pregunta... ya sea con una rápida y tajante respuesta, esto hace que el pequeño pierda el deseo por seguir aprendiendo o demostrando lo que sabe; o si no sabemos la respuesta con una gran mentira. Esto hace que el día que el niño descubra la verdad, pierda la confianza en la persona y posiblemente en muchas respuestas. En ambos casos influenciamos al infante para que no haga preguntas, lo que posiblemente marque el resto de su vida. O sea, que por lo regular de adultos somos un espejo de nuestra niñez.
Llegar a una etapa de universidad y de trabajo sin la chispa del “¿por qué?” Puede llevarnos a cometer demasiados errores y a no avanzar en nuestro desarrollo profesional y personal. La duda es la madre del aprendizaje, el que no duda no busca más allá de lo aparente, no se preocupa por inventar la lámpara incandescente o el teléfono. El que no duda no consigue respuestas. El que no pregunta comete más errores y pierde más tiempo. Contrario a lo que muchas sociedades creen, el que pregunta no es el más tonto, sino el que más quiere aprender. Mientras que el que menos pregunta puede ser simplemente el que esconde sus dudas y se hace el sabio... ese es el que luego oculta los errores, interrumpe a los compañeros en procura de ayuda, busca a quien endosarle la culpa de lo que no hizo por no entender y por ende no hacer la pregunta pertinente. En definitiva, prefiero a los que no entienden y preguntan no importando aparentar tonto, que a los que se hacen los que entienden y parecen sabios.
Los que dirigen equipos tienen la posibilidad de hacer que sus colaboradores pregunten y se lleven la menor cantidad de dudas posibles. Una mirada eficaz puede descubrir dudas en los ojos de muchos, la gran diferencia en la ejecución de las órdenes la constituirá la forma de uno hacer que esa pregunta salga. Me gusta motivar a las preguntas y a las dudas, quizás porque odio la ineficacia por ser presumido y la ignorancia por el deseo muerto de seguir aprendiendo.
La etapa en que mis hijos preguntaban a todo “¿por qué?”, fue una de las que más he disfrutado, ellos me ponían a prueba y les aseguro que no siempre tenía las respuestas, como un día que el menor me preguntó que distancia había desde la orilla del mar hasta donde uno dejaba de ver el agua y comenzaba a ver el cielo. No tenía la respuesta, pero después de preguntarle a mis lectores, pude dársela. Creo que decirle que no lo sabía y conseguir la respuesta más tarde, me dio más credibilidad que haberle dicho alguna mentira que a la postre hubiese sido confirmada o lo hubiera hecho pasar vergüenza al defender una teoría inventada por un padre que se hizo pasar por sabio por no aceptar su ignorancia.
No paro de preguntar, no sólo “¿por qué?”, sino todo lo que puede interesarme y enriquecerme, lo que me hará menos ignorante, lo que me ayudará a resolver tareas o problemas. Preguntar es una forma fantástica que nos regala la comunicación. Responder preguntas es una manera extraordinaria de poner nuestro cerebro en movimiento... Entonces puedo concluir diciendo que “adoro las preguntas”.

Hasta la próxima entrega.



FRASE DE LA SEMANA
“¿Por qué? No es una pregunta, es una puerta a la sabiduría.”
Diego Sosa
Conferencista, Coach, Consultor y Escritor dominicano.