lunes, 4 de julio de 2016

¿QUÉ TANTO SABEN LOS MENORES?

 Conversando en un grupo de amigos salió el tema de las palabras poco comunes. Mencioné que ya era aceptado el vocablo ‘amigovio’ (una mezcla de amigo y novio). Dos jóvenes de 12 y 15 años dijeron al unísono: “Es mejor decir amigos con derecho”. La madre no podía creer que su pequeña hija supiera el significado y que usara la otra acepción.
Algunos no recordamos qué tanto sabíamos, incluyendo muchas tonterías que nos decían otros que tampoco sabían, cuando teníamos ciertas edades. Tampoco nos percatamos de qué tanto sabían nuestros compañeritos a esa edad, si lo que deseamos es comparar épocas. No sé si hoy saben más, pero estoy seguro que tienen más acceso a información que antes era tabú.
¿Qué podemos hacer? Restringirles las fuentes puede ser una titánica tarea y posiblemente infructuosa. ¿Prohibir? Sólo piense en qué pasaba cuando sus padres le prohibían algo y verá si dio resultados… usted decide si sería su mejor camino. No fue el que escogí para mis hijos.
Intenté hurgar más en la profundidad de los temas que los jóvenes de hoy, o por lo menos, estos jóvenes con quienes compartía, tenían. Tanteando por aquí y por allá me percaté de que saben mucho más de lo que sabía a su edad. Estoy seguro que las fuentes consultadas son mucho más científicas de las que yo tenía a mano (amiguitos contemporáneos). También me di cuenta que no pararán de recibir conocimientos (¿cómo dudarlo si esa misma niña desde los 8 años lee mis libros!).
Aproveché la ocasión y los hice preguntarse muchas cosas… no de lo que sabían, sino de las opciones que podían utilizar en caso de dudas, de los peligros que existen en las redes, de las malas intenciones que muchos pueden tener, de la inocencia natural por ignorancia de peligros que ellos portan… Mi intención era clara, sembrar la semilla del análisis en ellos, y fomentar la comunicación con sus seres de confianza extrema, sus padres, tíos y abuelos, principalmente; sus mejores guías y orientadores como explico por extenso en mi libro Migomismo II en el capítulo dedicado a la crianza. A pesar de sus preconceptos y diferencias generacionales deben convertirse en su mejor fuente de consulta; ellos nunca los engañarán y siempre le dirán algo para protegerlos, nunca por mal. ¿Se atreve conversar con sus menores sin cerrarse a lo que ellos puedan saber?


COMPRAR EN OFERTA

Una buena oferta no es cuando el producto o servicio que nos ofrecen cuesta menos de lo que costaba. Veo como muchos se confunden y compran cosas que no necesitan o le dan prioridad sobre otras más necesarias. La idea de sacarle verdadero beneficio a la oferta tiene que estar por encima de aprovechar que está “más barato”.
Comentemos sobre la participación de nuestro cerebro con relación a la inteligencia emocional:
Cerebro reptiliano, el que nos hace instintivos, centrado en mantenernos vivos y evitar dolores; nos conduce a compras que cubren necesidades básicas y en orden de prioridades.
Tenemos también el cerebro emocional, algo más avanzado y sofisticado. Él nos conduce a las compras que cubren necesidades emocionales, como las de reconocimiento o satisfacción, así como las que desatan una frase bien conocida: “Yo me lo merezco”.
Y por último, contamos con un cerebro que solo los humanos poseemos, el racional. Esta corteza cerebral moderna es odiada por los mercadólogos y vendedores inescrupulosos. Toda decisión tomada con la razón analiza varios factores y filtra el ruido que emiten números tachados, límites de tiempo y vendedores labiosos.
Una oferta puede ser una gran oportunidad. Lamentablemente la mayoría de las personas estamos comprando la oportunidad y no la cobertura de la necesidad… todo porque se apela al cerebro emocional. Apresuramos la compra y después que salimos de la tienda comenzamos a preguntarnos si en realidad debimos comprar. Algunas veces ya en la fila para pagar las dudas nos inundan; la técnica de algunos vendedores es no dejarnos hasta que ya es nuestro turno de pagar, o entregan la mercancía a la cajera para hacernos sentir comprometidos.
Retorno al cerebro que tenemos todos los animales. Durante millones de años no tuvimos que comprar, sino salir a la selva a buscar la forma de cubrir nuestros miedos: El primero era morir de hambre, el segundo morir porque un animal tenía hambre... Una vez satisfecha estas necesidades el hombre no tenía que preocuparse por muchas cosas más… quizá por el frío en algunos países.
Hoy no son tantas las personas que compran para no morir de hambre, si está leyendo esta columna me atrevo a apostar dos centavos a que no es de esos. Tampoco es de los que compra para no morirse de frío. Hemos pasado a cubrir otras necesidades y las ofertas son dirigidas con toda la intención de que nuestro cerebro emocional tome el control, alimente al centro de las recompensas y las hormonas de la felicidad se pongan en alerta para saltar en cualquier momento al flujo sanguíneo.
Dejar que esto pase puede ser muy peligroso para nuestro bolsillo y nuestro futuro financiero. Si compra mayormente con su cerebro emocional le digo que de no haberlo hecho pudiera estar viviendo mejor de lo que vive.
Existen personas que buscan rendir sus papeletas al máximo, consiguiendo en rebaja casi cada bien que necesitan. Perseguir ofertas es para algunos una costumbre que raya en el vicio. En ocasiones no calculamos el costo extra de trasladarnos, el valor de nuestro tiempo, las incomodidades que pasamos, etc.
Algunos se dejan manipular y compran cosas que no necesitan, con dinero que aún no se han ganado y terminan endeudados. Al final pagan más por algo que no hubiesen comprado de no tener descuento.
Una buena oferta es cuando conseguimos el bien que queremos comprar a un precio más bajo de lo que queremos pagar.

FRASE DE LA SEMANA
“La mejor oferta es la que hace posible la adquisición que no estaba a mi alcance”
Diego A. Sosa
Consultor, Coach, Conferencista y Escritor