Algunos no recordamos qué tanto sabíamos, incluyendo muchas
tonterías que nos decían otros que tampoco sabían, cuando teníamos ciertas edades.
Tampoco nos percatamos de qué tanto sabían nuestros compañeritos a esa edad, si
lo que deseamos es comparar épocas. No sé si hoy saben más, pero estoy seguro
que tienen más acceso a información que antes era tabú.
¿Qué podemos hacer? Restringirles las fuentes puede ser una
titánica tarea y posiblemente infructuosa. ¿Prohibir? Sólo piense en qué pasaba
cuando sus padres le prohibían algo y verá si dio resultados… usted decide si sería
su mejor camino. No fue el que escogí para mis hijos.
Intenté hurgar más en la profundidad de los temas que los
jóvenes de hoy, o por lo menos, estos jóvenes con quienes compartía, tenían.
Tanteando por aquí y por allá me percaté de que saben mucho más de lo que sabía
a su edad. Estoy seguro que las fuentes consultadas son mucho más científicas
de las que yo tenía a mano (amiguitos contemporáneos). También me di cuenta que
no pararán de recibir conocimientos (¿cómo dudarlo si esa misma niña desde los
8 años lee mis libros!).
Aproveché la ocasión y los hice preguntarse muchas cosas… no
de lo que sabían, sino de las opciones que podían utilizar en caso de dudas, de
los peligros que existen en las redes, de las malas intenciones que muchos
pueden tener, de la inocencia natural por ignorancia de peligros que ellos
portan… Mi intención era clara, sembrar la semilla del análisis en ellos, y
fomentar la comunicación con sus seres de confianza extrema, sus padres, tíos y
abuelos, principalmente; sus mejores guías y orientadores como explico por extenso en mi libro Migomismo II en el capítulo dedicado a la crianza. A pesar de sus
preconceptos y diferencias generacionales deben convertirse en su mejor fuente
de consulta; ellos nunca los engañarán y siempre le dirán algo para
protegerlos, nunca por mal. ¿Se atreve conversar con sus menores sin cerrarse a
lo que ellos puedan saber?