lunes, 23 de mayo de 2011

¿Cuántas veces nos han hecho decir que sí queriendo decir no? Decir no es un dilema en sí. La palabra que los niños más escuchan como respuesta es no. Pero al parecer esa negativa no tiene un sentido definitivo o sólo nos lleva a ser unos perseguidores del sí cuando somos adultos.

Es que pocos respetamos un no. Y muchos nos dedicamos a influenciar y hasta manipular para conseguir el sí.

¿Será que no sabemos decir no? Saber decir no es casi un arte y respetar el no de los demás es una obra de arte. Trabajemos estas dos vertientes desde nuestro punto de vista. No conseguiremos modificar a los demás, pero sí a nosotros. Claro, si es que usted quiere modificar su actuación.

Inicio con la más fácil. La que los demás quisieran recibir de nosotros. El respeto a su no. Aceptar que las demás personas tienen derecho a decidir es lo más sencillo que podemos hacer. Muchos hablan del libre albedrío y lo predican, pero no son capaces de aceptar una decisión negativa de los demás. Muchas veces creemos y estamos convencidos de que una de decisión los demás sería errada, pero no le damos la libertad de ser el dueño el que decida.

El libre albedrío es la base para una buena relación entre las personas. Pero nos acostumbramos a pisotear ese derecho primordial que los otros tienen.

–¿Quieres ir al cine?
–No, yo prefiero ir a comer algo.
–No seas así, hazlo por mí...

Y así nos pasamos la vida tratando que el otro haga lo que queremos. Hasta en sus propias cosas. Como elegir ropa, pareja, el nombre de sus propios hijos... Recomendar es una cosa, hacer que los demás hagan nuestra voluntad ya es otra. Hay personas que son tan fuertes influyendo en los demás que logran crear un ambiente que nadie se atreve a contradecirlos porque al final se termina haciendo de la forma que ellos quieren. Y hasta llegan a influenciar tanto en su alrededor que terminan moldeando a sus allegados de manera que no aprenden a dar un no definitivo, si es que llegan a darlo.

Pasemos a la parte de saber decir que no. Es difícil para los que están acostumbrados a no decirlo. Siempre pensarán que deben ser flexibles y que para todo hay que tener tolerancia. Yo no me refiero al no por llevar la contraria o al no por imponer mi posición. Hablo de cuando usted tiene que dejar lo suyo para complacer a otros. Me refiero a cuando siempre es el si del otro el que vale. Quiero decir, usted tiene que ser tolerante, pero dentro de su rango de tolerancia. Si no quiere ir al cine, no tiene que hacerlo porque el otro quiera. El otro tiene que encontrar la forma de ser tolerante con lo suyo y quizá no vayan al cine ni a cenar, sino que alquilen una película y pidan comida en la casa. Es buscar soluciones que los dos estén cubriendo sus necesidades. Ya sé, alguno dirá que no siempre se puede. Pero yo no me refiero a los casos que son excepciones, hablo de las personas que dicen que sí para complacer al otro, y se pasan la vida haciendo eso y luego un día explotan y dicen que todo lo hicieron por los demás: “¡Y mira cómo me paga!”

Muchas veces tenemos planes para hacer algo, o simplemente para no hacer nada. Alguien nos pide acompañarlo y sin querer lo dejamos todo: Nuestros hijos, nuestra tranquilidad, nuestro cuerpo (porque no tengo tiempo para hacer ejercicio), todo... Y nos pasamos la vida ayudando a los demás. Es más, hacemos fama... cuando alguien tiene una necesidad, a la primera persona que llama es a esa que siempre está dispuesta. Esa que es tan buena que si se entera de algo, no es que no dice que no, sino que se pone delante para ayudar, dándole un no rotundo a tantas cosas que podrían causarle mayor placer que acompañar a alguien en sus compras...

El no que acostumbramos a decir suele no tener fuerza. Pensemos en los hijos o sobrinos, nietos o amigos. Es un no blandengue que por respuesta recibe una segunda súplica, tercera y hasta cuarta. Recibe tantas respuestas hasta que se convierte en un sí. Un mal sí. Bueno, a mi no me gustan esos sí, no tienen sabor, sólo logran el propósito a medias, hacen feliz mi parte sin dar felicidad al otro. O sea, es un sí que me convierte en un gran egoísta. Amo a los demás, ¿pero para que hagan lo que deseo? Si en realidad los amara, me complacería el no, porque sabría que cuando es sí es porque quiere y tiene valor para la persona.

El no y el sí son dos caras de una misma moneda, pero sólo la felicidad los hace ser una moneda con valor. No importa la cara que pongamos, el resultado tiene que ser la felicidad.


NOTA: Para recibir semanalmente mis escritos, escíbeme un correo a articulos@diegososa.info no tienen ningún tipo de cargos. 


FRASE DE LA SEMANA

“Para que un sí tenga valor no puede estar en la mente el no.”
Diego A. Sosa
Escritor, Coach, Consultor y Conferencista dominicano



Comparto con todos este documento que me hizo llegar mi amigo Carlos desde la Mesopotamia Argentina.

DECLARACIÓN DEL NO

No es No,... y hay una sola manera de decirlo: No. Sin admiración, sin interrogantes, ni puntos suspensivos.
No: se dice de una sola manera.
Es corto rápido, monocorde, sobrio y escueto.
No: se dice una sola vez. Con la misma entonación.
Un No que necesita de una larga caminata o una reflexión en el jardín no es No.
Un No que necesita de explicaciones justificadoras, no es No.
No, tiene brevedad.
No: No deja puertas abiertas ni entrampa con esperanzas. Ni puede dejar de ser.
No, aunque el otro y el mundo se pongan patas arriba.
No, es el último acto de dignidad.

No, es el fin de un libro, sin más capítulos ni segundas partes.
No, no se dice por carta, ni se dice con silencios, ni en voz baja, ni gritando, ni con la cabeza gacha, ni mirando hacia otro lado, ni con símbolos devueltos, ni con pena, aún menos con satisfacción.
No, es No.Cuándo el No es No, se mirará a los ojos y el No se descolgará naturalmente de los labios.
La voz del No, no es trémula, vacilante, ni agresiva, no deja lugar a dudas.
Ese No, no es una negación del pasado, es una corrección al futuro.

Y sólo quien sabe decir No, puede decir Si.