Una frase por todos conocida y de repercusiones
inimaginables. Cuando queremos comprar un bien y nos falta el empujón final
llega a nuestra mente o el hábil vendedor nos la recuerda.
Al comprar existe una lucha entre la razón y la emoción. Si
los dos se ponen de acuerdo no hay inconvenientes en tomar la decisión, ya sea
la adquisición o no. En otros momentos, la disyuntiva casi siempre la provoca
la razón. Con un cerebro más evolucionado (aunque más lento) esta área tiende a
frenar a la intuitiva. Saca cálculos, ve al futuro, se mete en el pasado y su
conclusión tiende a no agradar a nuestro sistema límbico, el cerebro emocional.
Un vendedor eficaz conoce muy bien este momento, ya sea una
dama subida en unos zapatos o un hombre frente a un gran televisor. Les falta
algo para decidir, él sabe que la lucha interna que se está librando puede
terminar en lo racional, se le caería la venta, sus comisiones sufrirían y por
ende sus ingresos quedarían reducidos… ahora es algo personal.
Llegó el momento de estimular al cerebro emocional del
comprador. Nublar los sentidos y evitar que las conclusiones racionales se
pongan en ejecución es primordial. El instante de alegrar al consumidor no se
deja pasar por alto: ¿Cómo lograrlo?
En nuestro cerebro emocional existe un lugar llamado el
centro de las recompensas, en él puede decidirse si la compra se realiza o no.
Su función es enviar señales para que la hormona de la felicidad, endorfina,
sea segregada por las glándulas pituitarias y comience a circular por todo el
cuerpo, sintiendo nosotros esa sensación que buscamos y conocemos.
Llegó la hora de dar el último paso, después de mucho ver el
televisor, o los zapatos, arribamos al instante de la decisión. El juego está
empate entre los dos cerebros (racional y emocional) y cualquier argumento
decidirá quién triunfará.
“Tú te lo mereces” dice con firmeza el vendedor. Miramos
hacia abajo o cerramos los ojos: “Es verdad, ¿para qué yo trabajo si no me puedo
dar un gusto?” Replicamos y de inmediato comenzamos a sentir las endorfinas en
el flujo sanguíneo. Con los ojos cerrados vemos realizado nuestro sueño.
Sentado en el sillón reclinable viendo mi deporte favorito en mi nuevo
televisor. Nos olvidamos del día de pago de la tarjeta de crédito, solo
sentimos el placer de deslizarla por la maquinita.
¿Lo malo? El “tú te lo mereces” tiene una primera
consecuencia. Una vez las endorfinas se recogen comienza nuestro cerebro
racional a dominar la situación. Y créame, no es tanto el tiempo que se
necesita para que las hormonas de la felicidad sean eliminadas del flujo
sanguíneo. Puede suceder de repente con un pensamiento de enfrentamiento con la
pareja, recurso que utiliza el cerebro racional para volver a la batalla, o por
algún disgusto con el bien adquirido.
Pasada la emoción inicial llega el momento de que la razón
saque la delantera en la carrera, nos pone a pensar en el día de pago de la
tarjeta. Un pesar pasa por nuestro cerebro y el dolor arriba… sí, es que
nuestro comandante en jefe está programado para evitar el dolor, pero
precaviendo. En este caso era evitándonos la compra. Mientras la famosa frase
solo nos aplazó el momento doloroso.
Como enseño en mi libro Migomismo,
la decisión debe ser tomada haciéndole caso a nuestro cerebro racional, él
tiene argumentos válidos y de larga duración.
FRASE DE LA SEMANA
“Sé que merezco
muchas cosas, así como sé que yo decido cuándo las adquiero”
Diego A. Sosa
Consultor,
Conferencista, Coach y Escritor
No hay comentarios.:
Publicar un comentario