Nuestros dogmas financieros inician mucho antes de nuestro
nacimiento. Hay actuaciones que son aprendidas, mientras otras quizá las
heredamos.
La forma de construir el futuro es creada con informaciones
obtenidas y ejemplos vividos. Un comportamiento que tal vez viene en nuestros
genes puede ser la forma en que las damas guardan dinero secretamente por si el
hombre falla como proveedor. En realidad sé que no es genético, pero es interesante
conocer su procedencia pasada de generación en generación.
Separaré los dogmas financieros en cuatro procedencias; la
idea es que estudiemos las razones para saber si deseamos cambiar algo y poder
hacer las correcciones adecuadas sin dolores remanentes.
Nuestros antepasados
influyen: Aunque nunca los conocimos personalmente ellos pusieron una
pincelada en nuestra actuación financiera. Vivían en precariedad y no sabían
cuándo morirían. Sus dogmas eran basados en el inmediatismo. Sin forma de
conservar alimentos ni monedas crearon una vida financiera simple… vivir cada
día como si fuera el último. Pero la mujer era precavida y algo escondía por si
al día siguiente seguían vivos… de ahí sale la costumbre de la administradora
innata del hogar: tener recursos escondidos por si el hombre falla, entendiendo
que él no debe saberlo; sentiría que ella no confía en su función de proveedor.
Nuestros padres nos
impregnan con el ejemplo: La evolución financiera de los últimos cincuenta
años ha venido a cambiar lo que sus padres le enseñaron y lo que sus abuelos
vivieron. Por ejemplo, enfrentarse a los créditos para el disfrute por
adelantado ha sido una batalla titánica. Los que sobrevivieron a la tentación
mostraron a sus descendientes que no había tanta prisa de vivir por adelantado
y sí la necesidad de construir un futuro sólido. Muchas damas dejaron de ser
administradoras cuando sus padres le acostumbraron a gastar. Así mismo algunos progenitores
dieron todo a sus hijos para que no sintieran precariedades bajo el dogma “le
daré lo que yo no tuve”. Las consecuencias son, por lo general, alguien que no
sabe lo que merece, por lo que no valora lo que tiene y nunca se siente
satisfecho con lo que logra.
Nuestro alrededor nos
manipula: La famosa sociedad influye en lo que hago o no. Sentir la
necesidad de pertenecer a un grupo, o manada como coloquialmente le llamo, nos
lleva a imitarlos. Lo malo es que el éxito hoy se muestra con dinero gastado;
anteriormente era cazando la mayor presa. Quiero pertenecer a la manada que más
muestra (no que más tiene), ¿la solución? Mostrar igual o más que ellos. Ese
dogma nos lleva a gastar todo lo que recibimos y, casi siempre, mucho más.
Mis decisiones me
hacen quien soy: Todo lo que vemos nos ha llevado a forjar nuestros dogmas,
para bien o para mal. La verdad es que la decisión de seguir así o cambiar para
mejorar es propia. Una vez saco balance decido si estoy donde debería estar y si
sigo construyendo el presente de mañana y el futuro de pasado mañana. Debo
tomar la decisión propia de cómo quiero vivir y hacerme de los dogmas
necesarios para lograrlo. Echarle la culpa a la sociedad, a mis antepasados y a
mis padres, por no llegar donde quisiera estar no sirve de nada. La única
actitud productiva es la de protagonista, como explico en mi libro Arco Iris Financiero; mis decisiones son
las que construyen.
FRASE DE LA SEMANA
“Si los demás son
culpables de lo que no quiero, yo seré responsable de lo que sí deseo”
Consultor,
Conferencista, Coach y Escritor
No hay comentarios.:
Publicar un comentario