A mis hijos un día se les ocurrió vender frutas de árboles
que había en la casa de un amiguito. Jugaban trepando en el árbol y pensaron
que podían conseguir un dinerito con las frutas; eran muchas y se perdían
cuando caían al piso. Después de una tarde vendiendo, me preguntaron una forma
de mejorar sus ingresos.
Mi vena de consultor, la de padre orgulloso y la de profesor
se unieron. Rápidamente recordé algunos datos que había leído y se me ocurrió
una idea para ponerlos a pensar. Tenía la opción de decirles lo que debían
hacer o de enseñarles a que ellos encontraran la solución.
No siempre estaré a su lado, la creatividad debía hacer
ebullición en sus cerebros y la mente debería estar activa siempre. El analista
que llevo dentro tenía la idea, era hora del profesor enseñarles algunas cosas
del mundo de la creatividad y del de las finanzas; era no darles el pescado ni
enseñarlos a pescar, era enseñarlos a aprender a pescar, tema que trabajo con
amplitud en mi libro ¿Forastero yo?
-Hay personas que siembran plantas de café -les comencé
diciendo mientras mis dos hijos y su amiguito me observaban con atención-, se
pasan cuatro años abonando y cuidando al cafeto hasta que les da el fruto. Lo
recolectan, lo secan y lo venden cerca de un dólar el kilo -en aquel momento-.
La empresa que lo compra lo pasa por un proceso y luego lo pone en pequeñas
bolsitas, lo vende cerca de tres dólares el kilo. Alguien paga casi cinco
dólares el kilo, lo lleva a su negocio, le pasa agua hirviendo y gana más de 75
dólares por kilo.
Mi hijo pequeño se apresuró en decir -pastel de manzanas-.
La idea había llegado. Las manzanas que habían estado vendiendo no les daban
suficientes ingresos, la solución era colocar valor agregado y de esa forma
ganar más dinero.
De inmediato buscaron una receta y se dirigieron a la
despensa para encontrar los ingredientes. Fue el momento que me di cuenta que
podía seguir aprovechando el caso para continuar la enseñanza.
-Esperen, esos ingredientes son míos. Si quieren hacer un negocio
tendrán que poner su dinero para obtener ganancias.
Una filosa mirada salió de los pequeños ojos de mi hijo
mayor. El pequeño los animó para ir al supermercado en pro de comprar los
ingredientes; como siempre, matemático, no se concentró en quién se ideó el
problema, sino que se concentró en la solución.
-¿Y si nos va mal? – intuyó el grande de inmediato-. Papi,
¿y si tú pones el dinero?
-¿Quieren que se los preste o que sea inversionista? –mi
intención era clara, enseñarles el costo del dinero. Me preguntaron la
diferencia de las opciones planteadas. -Si les presto el dinero me tienen que
devolver lo que les doy más los intereses, no importa cómo les vaya. Si soy
inversionista yo pongo el dinero y ustedes el trabajo, al final nos dividimos
los resultados.
Después de una larga discusión entre ellos me convertí en
coaccionista. Acortando la historia que hago completa con sus diferentes
aristas en mis conferencias les diré que el negocio fue un éxito y mis
ganancias llegaron sin yo haber erogado un centavo, sólo estuve a riesgo por si
a ellos les iba mal.
Les devolví el dinero y les enseñé la importancia de tener
capital y hacer un plan para invertir con el riesgo calculado lo mejor posible,
como explico por extenso en mi libro Arco Iris Financiero.
FRASE DE LA SEMANA
“Lo que más vale es
el valor que agregamos.”
Diego A. Sosa
Consultor, Coach,
Conferencista y Escritor
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