sábado, 24 de septiembre de 2016

¡ TÚ TE LO MERECES !

Una frase por todos conocida y de repercusiones inimaginables. Cuando queremos comprar un bien y nos falta el empujón final llega a nuestra mente o el hábil vendedor nos la recuerda.
Al comprar existe una lucha entre la razón y la emoción. Si los dos se ponen de acuerdo no hay inconvenientes en tomar la decisión, ya sea la adquisición o no. En otros momentos, la disyuntiva casi siempre la provoca la razón. Con un cerebro más evolucionado (aunque más lento) esta área tiende a frenar a la intuitiva. Saca cálculos, ve al futuro, se mete en el pasado y su conclusión tiende a no agradar a nuestro sistema límbico, el cerebro emocional.
Un vendedor eficaz conoce muy bien este momento, ya sea una dama subida en unos zapatos o un hombre frente a un gran televisor. Les falta algo para decidir, él sabe que la lucha interna que se está librando puede terminar en lo racional, se le caería la venta, sus comisiones sufrirían y por ende sus ingresos quedarían reducidos… ahora es algo personal.
Llegó el momento de estimular al cerebro emocional del comprador. Nublar los sentidos y evitar que las conclusiones racionales se pongan en ejecución es primordial. El instante de alegrar al consumidor no se deja pasar por alto: ¿Cómo lograrlo?
En nuestro cerebro emocional existe un lugar llamado el centro de las recompensas, en él puede decidirse si la compra se realiza o no. Su función es enviar señales para que la hormona de la felicidad, endorfina, sea segregada por las glándulas pituitarias y comience a circular por todo el cuerpo, sintiendo nosotros esa sensación que buscamos y conocemos.
Llegó la hora de dar el último paso, después de mucho ver el televisor, o los zapatos, arribamos al instante de la decisión. El juego está empate entre los dos cerebros (racional y emocional) y cualquier argumento decidirá quién triunfará.
“Tú te lo mereces” dice con firmeza el vendedor. Miramos hacia abajo o cerramos los ojos: “Es verdad, ¿para qué yo trabajo si no me puedo dar un gusto?” Replicamos y de inmediato comenzamos a sentir las endorfinas en el flujo sanguíneo. Con los ojos cerrados vemos realizado nuestro sueño. Sentado en el sillón reclinable viendo mi deporte favorito en mi nuevo televisor. Nos olvidamos del día de pago de la tarjeta de crédito, solo sentimos el placer de deslizarla por la maquinita.
¿Lo malo? El “tú te lo mereces” tiene una primera consecuencia. Una vez las endorfinas se recogen comienza nuestro cerebro racional a dominar la situación. Y créame, no es tanto el tiempo que se necesita para que las hormonas de la felicidad sean eliminadas del flujo sanguíneo. Puede suceder de repente con un pensamiento de enfrentamiento con la pareja, recurso que utiliza el cerebro racional para volver a la batalla, o por algún disgusto con el bien adquirido.
Pasada la emoción inicial llega el momento de que la razón saque la delantera en la carrera, nos pone a pensar en el día de pago de la tarjeta. Un pesar pasa por nuestro cerebro y el dolor arriba… sí, es que nuestro comandante en jefe está programado para evitar el dolor, pero precaviendo. En este caso era evitándonos la compra. Mientras la famosa frase solo nos aplazó el momento doloroso.
Como enseño en mi libro Migomismo, la decisión debe ser tomada haciéndole caso a nuestro cerebro racional, él tiene argumentos válidos y de larga duración.

FRASE DE LA SEMANA

“Sé que merezco muchas cosas, así como sé que yo decido cuándo las adquiero”
Diego A. Sosa
Consultor, Conferencista, Coach y Escritor


martes, 20 de septiembre de 2016

¿QUIÉN GENERA LA MENTIRA?

Hace unos días escuché a un niño decirle una mentira a su padre. Los observé y vi cómo ambos no se creían el episodio. Un interrogatorio más profundo sacó la verdad y al final el enojo no se hizo esperar.
Mi amigo se giró y me preguntó: ¿Cómo hago para que no me mienta? Ladee la cabeza sin saber cómo debía responderle. ¿Le decía que los humanos mentimos? ¿Qué él también miente? ¿Qué el niño es un potencial sicópata?
Decidí explicarle más profundamente lo que pienso de las mentiras y ocultadas de verdad.
Cada persona tiene su historia, somos influenciados a tomar decisiones y los niños no escapan a ello. Muchas veces creemos que aprendieron a mentir porque vieron a otros, lo que puede pasar, pero creo firmemente que en la mayoría de los casos es por su instinto de conservación.
Pensemos en alguna mentira, u ocultada de verdad, que hicimos en los últimos días… Quizá algo que no le contamos a la pareja, una mentira sutil a los hijos o a algún familiar. Podemos ir desde no decirles lo mal que le quedaba una ropa hasta contarles algo diferente a lo sucedido en realidad. Quizá tenga que hacer una pausa en la lectura para recordar toda la historia.
¿Por qué lo hizo? Posiblemente no quería críticas o dañar a alguien. Quizá no estamos dispuestos a que intenten cambiar nuestras decisiones, sean productivas o no, ya decidimos. ¿Cuántas veces escuchamos reproches por algo que hicimos? Desde pequeños tenemos que estar defendiéndonos para no recibirlos, ellos generan emociones muy dañinas, hasta golpean nuestra autoestima.
Los pequeños tienen muchos frentes para defender: La escuela, los hermanos, los padres, los tíos, los abuelos… Cualquiera que pueda reprocharles por algo que hicieron se puede encontrar con una respuesta que no será del todo sincera. En algunos casos le pedimos sinceridad y luego los castigamos. En otras ocasiones ofrecemos indulto si son sinceros. ¡Qué paradoja!

¿Por qué las personas les cuentan la verdad a otros no involucrados? Muchas mentiras las generamos nosotros con nuestra reacción. Si soy el tío de confianza no me mienten, yo no castigo ni reprocho, quizá puedo guiar. No puedo ser tío de mis hijos, pero sí puedo intentar guiarlos y hacerlos aprender de sus y mis errores. El camino es largo, pero: ¿Se atreve a convertir el próximo reproche en una frase que guíe y enseñe?

Todo con respecto a las comunicaciones está en mi libro:


domingo, 18 de septiembre de 2016

VIVIR HOY: Cultura Vs. Asertividad (Video)

Si vivimos cada día como si fuera el último de nuestras vidas: ¿Estaremos apostando cada día a que no habrá mañana?
Ese dogma trae consecuencias para los que sí tiene un futuro. Construirlo no depende de la suerte...




Diego A. Sosa